Juanjo Ballesta y María Valverde se convierten en «Ladrones»

Posted on junio 30, 2007. Filed under: Cine |

Si ayer comenzaba mi post agradeciendo a todos los que visitáis este blog, hoy os quiero dar las gracias más aún si cabe, porque día tras día batimos nuestro record de visitas, y una de las entradas de este blog se convirtió ayer en una de las más visitadas de WordPress. Así que reitero en mis agradecimientos. Vuestro interés impulsa que siga escribiendo cada día.

Como ya habéis leído, el post de hoy trata de la nueva película de Juanjo Ballesta, «Ladrones». Tras «Cabeza de perro» y «Siete Vírgenes», ya echábamos de menos ver en pantalla a una de las mayores estrellas jóvenes de nuestro cine. A pasado de ser una promesa, a ser toda una realidad. Debo admitir que aún no he visto su nueva película, así que no os puedo decir mi opinión al respecto. Pero sí he encontrado algunas críticas que os pueden servir de ayuda.

Recién salido del orfanato, Alex (Juan José Ballesta) intenta encontrar su lugar en el mundo. Pero es sólo cuestión de días que el joven ceda a la tentación del robo, a lo que su madre le enseñó antes de desaparecer para siempre. Sara (María Valverde) es una ratera ocasional, una universitaria feliz. El día que se conocen, el ladrón le hace una propuesta delirante: robar juntos, dividir ganancias. Pero el aparente pacto profesional esconde una atracción mutua, más fuerte que las diferencias que separan los dos mundos de nuestros protagonistas.

Crítica de Julio Rodríguez Chico para Labutaca.net

El nuevo siglo nos está trayendo un buen puñado de cineastas españoles con una mirada personal y que no renuncian al compromiso con una sociedad que les decepciona. A Jaime Rosales («La soledad»), Félix Viscarret («Bajo las estrellas») o Javier Rebollo («Lo que sé de Lola»), se les une ahora –entre otros– Jaime Marques Olarreaga con una ópera prima que respira sensibilidad y emoción, hondura y dramatismo. Es la historia de dos jóvenes ladrones de poca monta, inmersos en un entorno de supervivencia o de superficialidad pero también en un mundo que reclama afecto y que lucha por huir de la soledad.

Así es la vida de Alex, un chico que sale del orfanato con la firme disposición de buscar a su madre y recuperar la infancia perdida, que se pone a trabajar en una peluquería hasta que la decepción se adueña de su alma, y que al conocer y enamorarse de Sara –una universitaria cleptómana– vuelve a la vida de “carterista” aprendida de niño junto a su madre. Por debajo de la historia de mafias y robos callejeros, de búsquedas y enamoramientos adolescentes, corren sin embargo aguas subterráneas de afectos perdidos en la niñez y de vacíos existenciales que encogen el espíritu, de una madre ladrona que al ser detenida y abandonar a su hijo cometió el mayor de los hurtos de su vida, de una soledad compartida con un pícaro conflictivo pero honrado y una chica, “pija” y algo frívola, que también siente la necesidad de robar… también corazones.

Y todo esto porque la película va más de robo de afectos que de carteras. Lo que Alex y Sara no tienen es alguien que les quiera y que satisfaga su necesidad de cariño. Ciertamente, Sara tiene de todo…, pero parece que algo le falta, que su madre “cumple” y que su novio es un superficial sin garbo ni personalidad. En cambio, Alex no tiene nada y sólo quiere encontrar a su madre perdida, rehacer su vida suspendida en el tiempo. Por eso, cuando estas dos almas en pena se conocen en el supermercado surge entre ellos una conexión que va más allá de la atracción o de la ayuda en el hurto y el reparto de beneficios. Y por eso la escena del primer hurto en el autobús supone toda una declaración de amor, tan delicada y sutil como hermosa y profunda: sin palabras, sólo con un roce a través de la cartera que se traspasan, Alex lanza una llamada de auxilio que obtiene respuesta favorable a pesar de la inicial resistencia. Amor naciente que quedará sellado con otro hurto de cartera en el hotel para evidenciar que su relación no se reduce ni depende del coyuntural “éxito laboral”.

Marques desarrolla una narrativa de estructura circular centrada en la construcción de los dos personajes principales. No le interesan ni familias ni amigos ni bandas, sólo la pareja de ladrones perdidos en un entorno gélido y ajeno –como ese maniquí con el que ensaya Alex–, que queda magistralmente recogido con una fotografía de luces blancas o azules pero siempre fría, que prescinde con frecuencia de la profundidad de campo para aislarles en su mundo de acercamiento mutuo. La relación entre ellos está muy conseguida, con una excelente planificación donde la imagen cobra una enorme fuerza visual y que busca los primeros planos que expresen emoción interior, y con un montaje ajustado que permite a la cámara penetrar en su alma a través de unas intensas miradas que no esconden su afecto y sintonía, entre la ensoñación del enamorado y la crudeza de la soledad, con una foto fija muy cuidada que recoge lo mejor de estos dos jóvenes y prometedores actores. Tanto la frescura y espontaneidad de Juan José Ballesta como el gesto pícaro y seductor de María Valverde quedan plasmados en planos de alta calidad estética y formal. Su interpretación gestual y de movimientos está por encima de su dicción, y sólo cabe esperar que demuestren ese nivel en papeles con registros distintos al de chaval de barrio o al de chica ingenua que se deja mirar.

Una historia con prólogo y epílogo tratados con una luz extremadamente fría y fotografía de grano grueso para retrotraerse a la infancia de Alex y a su desencuentro maternal, y así dar sentido a toda la cinta. Ciertamente esos “añadidos” chocan con el núcleo de la cinta por su aire abstracto y futurista, pero también encajan perfectamente con una estética muy cuidada, donde la puesta en escena y el montaje sirven para la contemplación de unos personajes tratados con respeto y delicadeza, víctimas de una sociedad abandonada al individualismo y al consumismo, y expuestos a un fatalismo doloroso que recuerda al imposible idilio recogido por Godard en “Al final de la escapada”. También son evidentes las referencias a Robert Bresson y “Pickpocket”, con algunos planos de robos de carteras o un montaje al ir mostrando los objetos sustraídos con un ágil sentido narrativo. Entre los muchos recursos empleados, la música también acierta a trasmitir tanto la modernidad de esos jóvenes inadaptados, como la lírica y sentimiento que surge entre ellos, gracias a una banda sonora instrumental, melódica o coral, según el momento. Más dudosos, por fáciles y excesivos en su intento de generar complacencia en el espectador –aunque de indudable eficacia–, son los ralentíes con que la cámara se regodea al recoger las miradas que Alex y Sara se dirigen una y otra vez, mientras se siguen o esquivan de manera tan romántica como algo empalagosa.

Cine elegante que sabe evitar lo zafio y lo sórdido a la vez que llega a lo romántico e intimista. Cine formalista en su construcción y con hondura poética e inteligencia en su desarrollo, donde las miradas y los silencios valen más que los diálogos, y donde todo queda al servicio de una pareja de enamorados que hurtar carteras, corazones y hasta la propia vida. Estamos seguros de que, con películas como ésta, que aciertan a unir emoción, inteligencia y a comunicarse con el espectador, no harían falta cuotas de pantalla ni ladrones al estilo de «Ocean’s 13» porque se trata de trabajos que se sostienen por sí mismos, que hablan de lo que a todos nos interesa sin aburrir y con una necesaria dosis de cultura y sensibilidad. Bienvenidos sean cineastas como Rosales, Viscarret, Rebollo o Marques, porque siempre se agradecerá que haya quien nos “robe” tiempo y dinero con largometrajes que tengan algo que decir.

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